martes, 22 de febrero de 2011

¿dónde está la educación?

Pocas veces subo a un autobús, afortunadamente trabajo a 25 minutos de mi casa y eso me permite en ocasiones llegar antes andando que esperar y recorrer el trayecto en el autobus. 
Pero es un lugar muy propicio para observar a las personas, y darte cuenta que cada día existe menos educación.
Los asientos más cercanos a la puerta de subida, son para los ancianos y mujeres embarazadas, son más cómodos, porque no tienen ningún peldaño que subir y las articulaciones de las personas mayores lo agradecen.  Pues, hete aquí, que mucha gente joven, con cascos en los oídos que permiten a todo el autobus compartir su música o algunas rondando los 35 o 40 años con libros gordísimos (entiendo que no puedan disfrutar de la lectura de pie) se escurren sin contemplaciones en los mencionados asientos, con el perjuicio para las personas que tienen mermadas sus articulaciones.  Tanto os cuesta pasar al fondo, que en muchas ocasiones hay asientos vacíos o bien no hacerse los "sordos" ni "ciegos" cuando veais que personas entradas en ciertas edades se tambalean aunque vayan acompañados de un bastón.
Mención aparte son las mamás, jóvenes, con niños pequeños que sientan a sus retoños en el asiento, siendo que puede tenerlo sentado en sus piernas y procurar que no golpee con sus pequeños pies, pero tremendas y durísimas botas, las extremidades del anciano que ha tenido la suerte de poderse sentar.
Desde el centro del autobus, miro hacia atrás y veo, una joven hablando a grito pelado con su amiga del alma, criticando a su otra amiga del alma, poniendo verde a su madre porque le llamó la atención por no arreglar su dormitorio y llegar a las siete de la mañana del sábado anterior, y diciendo que "fulanito" entiendo que es su chaval, no le pone más la mano encima.
Justo detrás de ella en el asiento pegadito al pasillo, veo a otra chica de unos veinticinco años, sentada con las piernas cruzadas impidiendo el paso y que aunque vea que la gente no pasa, hasta que un señor le llama la atención es incapaz de sentarse en condiciones necesarias y oportunas de estar en un autobús y no en la silla de una cafetería.
No termina el autobús su espacio, que veo a un chaval de quince años, sentado al lado de una mujer más o menos de mi edad poniendo el pie encima del asiento que tiene justo enfrente, llegando a la altura del mismo un chico pasa de largo, pero la chica que iba detrás y se sienta, se tiene que sentar enfrente de la mujer, porque el niño en cuestión no baja el pie.  Pero, no te lo pierdas, resulta que en la misma parada que me bajo yo se bajan estos últimos, observo que son madre e hijo, y me hago la siguiente pregunta, en su casa ¿le deja poner los pies encima de la mesa o del sofá con las deportivas puestas? sea la respuesta que sea, el autobús no es el lugar dónde se puede poner uno como le dé la gana.
Salvo en algún frenazo más fuerte de lo debido, y algún "perdón" cuando se ha pisado el callo del vecino o se ha metido el codo en el estómago del otro, la sensación cuando me he bajado ha sido de indignación.
El trozo que tengo andando hasta mi puesto de trabajo, ha sido constante el repaso a lo que había visto en menos de diez minutos.
En treinta años cuanto han cambiado las cosas, recuerdo ver a mi padre, levantarse y dejar su asiento a un anciano, o cogerme mi madre en sus rodillas para que se sentara otro y decirme de levantar si a la que cedía el asiento era una señora embarazada.  Lo de poner los pies en el asiento, o no estar pendiente y saber si estaba molestando a alguien, era algo impensable. Pero claro, se me olvidaba, tuve buenos maestros y yo, modestia aparte, debí de ser buena alumna, porque mis hijos, se han levantado y cedido el asiento hasta que han optado en quedarse de pie, porque al principio les miraban raro, a veces hasta con desconfianza y la última vez a mi hijo el pequeño una señora quería agradecerle el detalle de cederle el asiento, dándole una propina.  Cuando pienso esto, que llegue una señora a ofrecer dinero en agradecimiento a un chico de catorce años por ser educado, ¡a dónde hemos llegado!.  Y no es cosa de la prehistoria, que todavía me quedan unos cuantos para llegar a los cincuenta.  Pero en fín, así es la vida, aunque creo que tendríamos que hacer acto de conciencia en más de una ocasión.  Y a los chicos que les enseñan en los colegios, ética, cuando vayan a casa les dén los libros a sus padres para que den un repaso y recuerden lo desaprendido.
Besos
Irene

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