Después de bastantes años en el patio, cuidando y vigilando a sus "niños", por aquellas rejas había observado de todo, abuelos que se acercaban a ver a sus nietos y les pasaban chuches a través de los barrotes y a escondidas de sus padres y profesores, aquel adolescente que se había saltado las clases por cruzar una mirada con su chica, aquel padre recién separado que con lágrimas en los ojos observaba los juegos y las risas de sus hijos....
Al estar en el mismo parque, ese centro educativo permitía observar los bancos cercanos de aquel parque, en el que luego se llenarían de bullicio de los niños y las madres y padres que hablaban entre ellos, compartiendo las anécdotas de sus hijos.
En aquel momento, desde su lugar en el patio, creyó ver una imagen que le recordaba a una señora que en tiempos se acercaba a la verja, los años (no había pasado muchos) no en vano habían pasado factura, aquella señora de pelo blanco, peinada de peluquería, aquel collar de perlas, que siempre llevaba en su cuello, sí, no podía ser otra, era la misma persona, pero.... algo había cambiado. Ya no existía aquella sonrisa que parecía eterna, sus manos no se movían a la par que hablaba, de hecho, se mantenía en silencio, raro en ella, su mirada parecía perdida hacia una figura que se acercaba a ella proveniente de una fuente cercana, con un vaso en la mano, (y que si tardaba mucho más en llegar, el líquido desaparecería por el temblor de sus manos), se acercó a ella con una sonrisa y le puso el vaso en la mano... cayó a su falda primero y luego al suelo, el anciano cogió un pañuelo de su bolsillo y con mucho cariño, le secó acariciando la falda y le dió un beso en la mano. Ella, le miró sin conocerlo y en sus labios apareció una tímida sonrisa.
Estuvieron algo más de cinco minutos y el caballero se levantó y ayudando a su compañera a hacer lo mismo, le puso su mano con cariño en su brazo y le ayudó a caminar.
Pasaron cerca de la verja y la profesora no se pudo resistir, aceleró el paso para llegar a su altura y con una sonrisa le dijo al caballero que reconocía a la señora, pero no sabía de quien era abuela, de que niño ni de que curso. El anciano, miró a su mujer, le pasó la mano por la mejilla y nombrandola con un piropo, le dijo sin dejar de mirarla, hace muchos años, mi mujer venía a buscar a los chicos al colegio, porque mi hija trabajaba y no podía atenderlos, luego se quedaba un ratito en el parque. Pero ha pasado el tiempo, cayó enferma hace cuatro años, estamos jubilados y aunque no tenemos nietos que pasear, ni que cuidar, parece que le hace bien el sonido de las risas de los niños, por eso venimos todos los días ¿verdad, cariño? La anciana, le miró y parecía que una luz brillaba en su mirada, algo pasajero que desapareció tan pronto, como el anciano con mucho mimo le dijo que había que irse a casa. La anciana, posó su mirada perdida en los niños que ya se recogían y después en la profesora, y soltando la verja le dijo, "adiós señora, mañana volveré". La profesora encojida por aquella voz y por la mirada tan opáca, le dijo "adiós señora, hasta mañana", el marido según se alejaba se despidió,"es lo que tiene el alzheimer, que cada vez la aleja más de mi lado".
Irene
Con casi 97 años, tengo a mi madre en una residencia, fue a petición suya, para que nosotros pudiéramos tener mas libertad, la voy a ver todos los días y la cabeza le sigue funcionando bien, es bastante sorda, pero nos contamos nuestras cosas.
ResponderEliminarSin embargo en ocasiones vuelvo desmoralizado, ya que a otros residentes, los veo como nos cuentas en tu relato e incluso en peores circunstancias.
¡Normalmente, qué triste es hacerse demasiado mayor!