miércoles, 6 de junio de 2012

CUANDO LA BRISA SOPLA

   Sentada en un asiento del autobús, con las flores entre el regazo y su abrazo, parecía como si llevase a un bebé durmiendo, la sonrisa como la Gioconda, firme, sosegada, observa a las personas que suben y bajan, ella tiene un largo recorrido hasta su destino.  Escucha conversaciones de los niños que tiene dos filas más adelante, le provocan ampliar su sonrisa, !Qué inocencia!, ojalá les dure mucho o la pierdan tarde, o incluso cuando sean mayores, no la sepulten en su interior con las responsabilidades del día a día.
   Muy cerca, escucha a otras madres como ella, hablar de sus hijos, de sus problemas, conversaciones que se entremezclan con el ruido del motor, con las risas de unas adolescentes que juegan a ser mayores, con los gritos de dos ancianas que no se ponen de acuerdo en que parada tienen que bajar.
   Mira por la ventanilla, el sol está tibio, hace muy buena mañana, para pasear es ideal, para ir de visita, también.
   No puede evitar, incluir sus sentidos en la conversación de las madres, una comenta lo duro que le está resultando que su hija mayor esté fuera estudiando en el extranjero, otra voz distinta, se queja de que el hijo le llega a las tantas de la madrugada los fines de semana, y ella no puede descansar, mientras que la hija, no recoge su habitación, otra madre, con la voz más grave, opina que se quejan de vicio, que ya le gustaría a ella no tener que ir siempre con los gemelos colgando, siempre pendientes de sus libros, de sus meriendas...Una cuarta, les indica que llegan a su parada y les recrimina que se quejen tanto, "si tuvierais una sola como yo, y con novio, es como no tener nada, cuando está en casa se cierra en su habitación y echo de menos los tiempos en que la llevaba de la mano a donde yo quería".
  Todas bajaron, menos una que según le escuchó iba al cementerio y todavía le quedaba un "trecho", como a ella.
  Las paradas sucesivas, dejaban al autobús cada vez más vacío, faltaban dos paradas para llegar a su destino y sólo quedaban, el conductor, una de las madres que había quedado y ella.
  El destino no se hizo esperar, cogió sus flores, bajó del autobús y paseó tranquila y serena hacia una tumba, en la que el sol dejaba sus rayos tibios de aquella mañana.
   Su sonrisa, se hizo más grande, "buenos días hijo mío, felicidades, hoy habrías cumplido diecisiete años.  Tu padre se ha ido temprano como siempre a trabajar, tu hermana anda muy liada con la selectividad y tu abuela, me ha llamado al punto de la mañana para saber como me encontraba.  Estoy bien, hijo, con ganas de volver a abrazarte, echándote mucho de menos.  ¿Sabes? tu prima la de Madrid, se casa este año, tu padre quiere que vayamos todos, pero no está decidido.  El domingo vendremos todos a verte y..." el silencio del camposanto permitía escuchar los latidos de su corazón, y la brisa que soplaba, mecía las copas de los cipreses, mientras el sol seguía con sus rayos tibios, iluminando la mañana.

Irene

4 comentarios:

  1. Precioso el relato, en este caso la madre no se queja de nada y sin embargo me ha recordado el poema de Calderón.
    ¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y triste que yo?; y cuando el rostro volvió halló la respuesta, viendo que otro sabio iba cogiendo las hierbas que él arrojó."
    Saludos

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  2. Es conmovedor. Yo no puedo con las visitas a los cementerios, sólo voy (vivo o muerto) cuando me llevan. Para sentir lo que se debería sentir, basta con leer este relato.

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  3. Gracias, me has emocionado, al igual que me emocioné cuando pensé en escribir este relato, el cuál (y todos los demás) espero que remueva sentimientos a quien los lea.

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