viernes, 8 de junio de 2012

Madre, mi carbonero...

      Sentado al lado de la cama del más pequeño, observa como el niño duerme plácidamente.  Le retira un mechón del flequillo que le acaricia la frente, como si de un pañuelo de seda se tratara.  Observa sus propias manos, fuertes, duras, con callos, dispuestas siempre a trabajar duro, pero también, capaces de acariciar tiernamente como en ese momento.  Las junta y se tapa la cara con ellas, siente que lijan su rostro, las lágrimas que surcan sus mejillas no estan suficientemente húmedas para reblandecer las callosidades, esas manos duras y fuertes, que han picado la tierra de la mina.
    El corazón seco y los pulmones negros heredados de tantas generaciones que se habían dedicado al carbón.
    En algún remoto escondrijo de su cerebro se escondía una melodía que oía cuando era pequeño y que las mozas cantaban en su pueblo, "madre mi carbonero, no vino anoche, Carbón, Carbón, Carbón, Carbón, y lo estuve esperando todo la noche, Carbón...., Carbón, carbón de encina y picón, carbón de encina, picón de olivo, niña bonita vente conmigo".
   Como si de una película se tratara, los recuerdos de la niñez y la juventud, volvieron fuerte, en aquella ocasión que vió correr a su madre calle abajo en dirección a la mina, todo el pueblo iba dándo voces, se había hundido la mina, habían quedado atrapados los mineros, su padre no volvió nunca más por casa.
    Y en aquella ocasión, cuando salían de juerga con los mozos, todos ellos compañeros de la mina y uno empezó a toser, y a toser y a toser y manchando el pañuelo de sangre, se lo llevaron a la capital y tampoco volvió.
    Recuerda cuando su hermano, en una silla de ruedas desde los dieciocho años, no pudo entrar en el cementerio del pueblo para ver como enterraban a su madre, porque se hundía la silla en la tierra, igual que se hundió cuando estaba en la mina, aunque él tuvo más suerte que los otros dos que le acompañaban.
    También recuerda cuando las minas comenzaron a trabajarse con máquinas pesadas y caras, a pleno sol, ya no había que bajar, pero seguía siendo duro, o eran los años los que empezaban a pesar.
    Mucho ha dado a la mina, un padre, un amigo, las piernas del hermano, él era afortunado, pero ahora veía como su hijo, hombre joven y con fortaleza, le quieren echar de la mina, ya no sirven, ni ellos ni el carbón, ¿que será de sus vidas? toda su vida ha sido la mina y el carbón, esa piedra negra, sucia, peligrosa por su polvillo, pero que a muchas generaciones nos ha dado calor.
    Su hijo marchó a la capital para pedir y reclamar unos derechos, desde entonces el pueblo está muerto, la huelga que llevan de 12 días, más los paros que habían realizado para protestar dejan su peso en las casas y en las familias, ¿podrán aguantar mucho más? ¿hasta cuando? ¿que será del nieto que ahora cuida?  Felices sueños hijo, felices sueños.
Irene

1 comentario:

  1. Una vida dura y terrible, la de los mineros... no seré yo quien la eche de menos. Quizá el esfuerzo que dedican en apegarse a la mina deberían dedicarlo a bucar otro modo de vida, por difícil que esté. En fin, hablo por mí, luego cada quien es cada cual.

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