jueves, 3 de marzo de 2011

Conversaciones oídas sin querer (2.ªparte)

El amor verdadero, se escribe con mayúsculas, y aquella conversación que mantenían en la mesa las chicas jóvenes, me recordó, precisamente, eso, el AMOR verdadero...
La morena que había entrado la última, estaba embarazada, no sé de cuantos meses, porque en realidad hoy en día no se engordan tan apenas y aunque no parecía que hiciera ejercicio, si se notaba esbelta.
La conversación era superficial al principio, luego tomó tintes un tanto serios e incluso podría decirse que dramáticos, así que me olvidé de las abuelitas y me centré en que mi oído izquierdo no perdiera ninguna sílaba, lo que poco a poco había  ido entrando en mi cerebro sin mucha percepción, al final hizo que se me pusiera un nudo en el estómago y pensara que siempre aprendías algo y yo sin saberlo estaba apunto de aprender y sorprenderme con el amor de los demás.  Al margen de eso, estaba descubriendo que lo que nunca había hecho, lo estaba haciendo por partida doble en el mismo día, y era escuchar conversaciones ajenas, ¿será la edad? ¡que horror! desde aquí pido perdón por la intromisión en los sentimientos de personas que ni siquiera conozco.
-¿Qué tal tu hermana? preguntó la chica que la esperaba y que solo la podía ver, porque la situación de las mesas, hacía que la tuviera practicamente a mi espalda, si quería verle la cara tenía que girar el cuello bastante, y no es que lo tenga como la niña del exorcista, jajajajaja.
Se hizo un silencio, que me dió por pensar que las voces del resto de las personas que había en el bar, habían subido de decibelios, pero no, en realidad la muchacha embarazada, se había echado a llorar, pero claro yo no lo veía muy bien.
-Nos han dicho, que necesita un trasplante urgente, como la lista de espera es larga y no tenemos tiempo, nos hemos hecho pruebas los familiares para ver si alguno podemos ser donantes.
-Es muy delicado. Lo siento, pero seguro que tomareis la decisión más acertada. Todo irá bien, ya lo verás.
- Ya se ha encontrado el donante.
-¿Ves? todo tiene solución. ¿Puedo preguntarte quién es?
-Yo
-¿Tú? pero, pero si ¡estás embarazada.!¿Que vas a hacer?
-Es mi hermana, van a intentar mantenerla, hasta que yo pueda dar a luz.
-Espera, ¡espera! y ¿que dice Miguel?
Interpreté que el tal Miguel era el padre de la futura criatura, durante ese tiempo, yo había dejado el libro que había intentado leer, cerrado encima de la mesa y mirando por el gran ventanal a la calle, en un momento dado me dí cuenta que podía verlas a ambas a través del reflejo del cristal.
La morena embarazada se la veía que estaba buscando algo en el bolso, después el ruido al sonarse me hizo pensar que estaba llorando silenciosamente.
Pensé en el feto ¿estaría sintiendo la angustia de su madre, provocada por la situación de la enfermedad de la que sería su tía?
-Miguel, - dijo la morena- es muy generoso y ya lo hemos hablado y discutido hasta la saciedad, él se pone en mi lugar y si fuera para su hermano o para mí, tambien él tomaría la decisión de donar un riñón.  Yo puedo, no en estos momentos, si puede esperar y lo están intentando, ¿porqué no?  Sólo quiero que mi hermana se recupere y pueda volver a llevar una vida normal, las dos estaremos bien y mis padres volverán a sonreir.
En ese momento, creí oportuno marcharme de allí, el tiempo había pasado volando y la tranquilidad que buscaba no la había encontrado allí, pero no todo estaba perdido, podía sacar conclusiones por ambas partes a derecha e izquierda.
A la derecha, un par de abuelitas me hicieron pensar que su generosidad (a pesar de lo gruñonas que habían podido comportarse) seguía intacta a pesar de los años y experiencias vividas. 
A la izquierda, me hizo sentir un nudo en el estómago y la sensación de que la generosidad existe se tenga la edad que se tenga, que la familia sigue existiendo como un valor imprescindible para el sustento del individuo.
Estaba de pie, poniendome el abrigo, cuando las abuelitas hacían gestos hacia la puerta para llamar la atención de otra, mucho más mayor y con bastón, un poco encorvada y muy lenta de movimientos, antes de coger mi bolso y el libro de lectura, pude oirlas que decían:
-Mira, cada día está peor.
-¿Qué quieres? - contestó la otra - no es ninguna jovencita, es mayor que nosotras, posiblemente los ochenta y cinco no los cumpla.
Cuando salía hacia la entrada, tuve que apartarme un poco para dejar pasar a la amiga ancianita, sin querer, casi me golpeó con el bastón, aunque debió de percatarse porque se dirigió a mí diciendo, "hoy, llevo mal día, me duele mucho la rodilla"
Sonreí sin decir nada, y cuando salía pensé, "mientras no le duela el corazón, el dolor de rodilla es por la edad, ¿qué más puede pedir?

Besos
Irene

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